Tomó la costumbre de creer que cuando se descamaban sus manos, ese indicio era prueba de que, inevitablemente, le estaba cambiando la vida; un cambio apenas perceptible en realidad, pero decisivo en su caracter. De todo había de sacar un provecho sencillo, intelectual o sentimental. Con regularidad consulta las cartas del tarot, no se dirige a ningún especialista sino que, en casa, antes de acostarse, se concentra puerilmente en sus preguntas, extiende los naipes en la superficie arrugada de las sábanas e intenta así dilucidar sus posibilidades a través de las decisiones del presente. Las épocas en que no tocaba las cartas suponían un logro, como si hubiera podido librarse de la ansiedad, de la continua obsesión por ese futuro que, tal y como dicen sus propias palabras, "jamás existirá".
Todo en la habitación fue aserrín blanco, no le importó tanto llevar el miedo y el tiempo con él, una cura psiquiátrica capaz de controlar la sensibilidad de este espacio con llantos y sollozos; tales recelos en el claustrofófico ascensor vital. Se diría que padece alguna enfermedad, una tara, un accidente, sospechosa sinestesia ondulante.
n.m.
Todo en la habitación fue aserrín blanco, no le importó tanto llevar el miedo y el tiempo con él, una cura psiquiátrica capaz de controlar la sensibilidad de este espacio con llantos y sollozos; tales recelos en el claustrofófico ascensor vital. Se diría que padece alguna enfermedad, una tara, un accidente, sospechosa sinestesia ondulante.
n.m.
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