Hace días que no salgo. Hay plomo suspendido en el aire, pequeñas gotas que se clavan como balas en miniatura. El viento llega turbado como si no encontrara la tierra de las promesas. Hago cadenentas de horas, unas me salen rojas como la sangre en El Padrino, otras negras como el alma de la Stanwyck en Perdición. Podría estar encerrada en un cuarto de cualquier ciudad del mundo. Ahora el sol entra por media ventana, nada deslumbrante pero clarificador. Podría repetirme eso de Abril y entonces digo: calla! Y busco el tarareo de cualquier sonido primaveral. Entre risas suelo expresar que lo que más me gusta de esta estación es que después viene el verano. Y el viento sobre todo el viento y esa lluvia rebelde pero sin fuerza y la gracia de las pequeñas flores como escaparates. Hago un recuento de los analgésicos que me quedan, no parecen suficientes.
n.m.
n.m.
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