Puedo hacerte lo vulgar de tantas formas y en tantos lugares. Aparentar que te devuelvo los besos cuando me muero del asco o envolverte en un líquido suave y caliente. Que ser de esta manera, plácidamente despiadada, no me cuesta nada. El valor brilla como una joya falsa y tanta lujuria solo es una pose, un gesto, el prototipo. Hablan del éxtasis de la realidad y lo comparan con que el frío te toque la piel fina de las ingles, con una bofetada inaceptable o la cómoda posición del sumiso, de la víctima que saca las lágrimas de sus ojos por el talento fácil de la costumbre. Puedo regalarte lo vulgar si es lo que quieres y decir que los delfines son animales preciosos y hacer de las supersticiones otro código de conducta que parezca original. Puedo entregarme a tus brazos obviamente, con vocación de herramienta mecánica, perfecta a tus propósitos y a tus hábitos de consumo. Puedo explicarte mis gustos como quien lee de corrido la lista de la compra y que los creas y los almacenes en tu engañoso disco duro para que quizá en algún inevitable e improbable futuro cotidiano juegues a la plenitud de conocerme. Algo en mí se ríe sabiéndonos tan necios. Las miserias a las que tememos son escenarios tan pulcramente pensados, tan equilibradamente construidos para seducir, para desestabilizar, que a veces el mundo se me hace una ruina de siglos, un pretexto, un prólogo con que excusar la normalidad. La madurez es la comedia del enredo y por momentos invadimos tantos personajes con sus ropas, tantas compilaciones de papeles y de libros. La funcionalidad de estas palabras no debería ser acompasar tu ritmo cardiaco a ninguna música conocida y aún así hay tantos sitios que no conozco y que me intrigan, tantos que cosquillean mi curiosidad, mi flaqueza. Es mezquino darte de lo que me sobra, de lo que fabrico con destreza experta. Darte quizá el abandono de mi jaula como quien al abrir la boca lloviera los desconocidos versos del mundo y solo son palabras repetidas demasiadas veces, demasiado continuo su sonido como para percatarse de su incesante proceder ensordecedor. Que de ti lo que quiero sea el mismo perro y los idénticos silbatos que le mueven es también un problema repetido. Yo no estoy en el libro que te mece cada noche, no voy a darte lo trivial en el primer emplazamiento adecuado para ello, no. Mis pretensiones no son las de dioses inventados. Conozco ese tipo de transacciones y es posible que aunque embaucadoramente certeras en sus resultados no desplieguen nunca la identidad de las respuestas. Así que pudiendo, no voy a darte lo vulgar o el despojo practicable del sexo vacuo. No voy a darte aún el instante del orgasmo o la sustancia de la que dependes. No te trataré como al animal que se redunda sino que quiero hacer de ti mi vaso comunicante.
n.m.
n.m.
linda!
ResponderEliminarme gusto bastante, tanta parabola y paradoja redundante...pero a veces vaciaste y llenaste tanto el vaso y de tan rapido que me perdí en el verso de lo instante!! Al fin necesitaba algo sencillo. Escribe algo sobre el vaso comunicante.
ResponderEliminarSaludos desde la costa alicantina!!
Isthar en la noxe...
Gigante!!
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